Visita o santo André

  Con catros velas i un exvoto coa forma dos pulmóns fun xunto o santo André para pedirlle que me librase do virus.

O chegar a Teixido dirixinme o santuario que, para miña sopresa, estaba pechado. Despois da larga camiñata non estaba disposto a voltar a vila sin ter algunha resposta, fora ésta do santo ou do mesmo Deus, polo que escomencei a berrar dende a porta:

¡ Ei, André! ¡¿Estás aí?! ¡Teño que falar contigo, a cousa é moi urxente! ¡Eiiii, André!

Canso de berrar sin ter respostas decidín facer un derradeiro intento por falar co santo

e ver que acontecía: ¡André, meu santo! Déixote na porta a velas o exvoto, tres avemarías, un credo e dous padrenostros rezados cara o ceo xa que ti non respostas.

Xa me encamiñaba cara a vila cando escoitéi unha voz que viña da igrexa.

– ¡Fermín, amigo, non te vaias! Tes que perdoar, estaba un pouco trasposto e a túa voz recordoueçme a do santo Antón co que teño unha disputa dende fai algún tempo e non tiña ganas de falar con él. Dime logo o que che trouxo eiquí a ver que se pode facer.

– Pois viña pedirche que me libraras do virus ese que está a foder a medio mundo. Teño moitas cousas que facer e non podo coller o virus ese do carallo. Así que si fas o favor ponte a traballar xá, si non é moito pedir.

– ¿Virus, qué virus? Non teño nin idea, meu. Levo días aquí encerrado sin noticias do mundo. Nin o demo do crego pasa por aquí a facer unha visita. E co xefe non hai maneira de falar, non séi si está sen whatsapp, se lle deu un ictus ou lle cortaron o wifi por falta de pago, nin idea, pero poñer non se pon.

– ¡O demo me coma, non estará confinado! Igual que nós na Terra.

– Pois vai ti a saber meu rei. Ata pode ser.

– Hostia!!! pois estamos fodidos. Mira André, visto o visto, voume levar as velas i o exvoto e arranxo pra casa. Queda con Deus amigho, xa coincideremos alghún día… se cadra.

La lavadora

Hace dos días recibí una descarga eléctrica intentando arreglar la lavadora, que me puso los pelos de la cabeza como si fuese un “punki”.  Aparte del detalle estético, la cosa no causó, a simple vista, ningún otro desperfecto en mi hermoso cuerpo ni en mi privilegiado cerebro. A pesar de mi empeño y del calambrazo recibido, fui incapaz de solucionar la avería del robot lavador. Esta circunstancia me causó un pequeño disgusto y caí abatido ante la, hasta hacía un ratito,  admirada y orgullosa esposa. Ésta, animosa, le quitó importancia y me dijo que no le diera más vueltas al asunto… que se compraba otra… Al oír eso, no se me ocurrió nada mejor que darle la razón y añadir: “Perfecto, así, como dentro de unos día es San Valentín, te regalo una lavadora… ¡La virgen! Recibí una arenga de mi amada que dejaba  el auto dictado por el magistrado del Tribunal Supremo Luciano Varela por presunto delito de prevaricación al juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón,  en una misiva amorosa. Ayer nos instalaron la nueva máquina… al lado de la vieja, que, curiosamente, funciona como  el  primer día después de que los técnicos  conectaran debidamente un cable… Y  ahora qué le regalo yo a mi circunstancia primigenia.

Ya quisiera yo

Ya quisiera yo,/ aunque sólo fuese por un día,/ volar como el cuervo/ y no parar hasta encontrar/ un lugar donde reposar./ Y allí al mundo gritar…/ ¡Nunca más!/  Pero no caerá la breva…/ Ni volverá Leonor… / Ni Edgar Allan Poe.

Con la verdad por delante

Pedro está solo y aburrido en su casa, el reloj marca las 5 de la tarde. Su mujer salió de compras y no volverá hasta las 7 más o menos.
– Voy a llamar a Juan, se dice…
Mientras marca el número, sonríe y piensa en lo interesante que puede ser la charla con su buen amigo, ya que,  por ser éste incapaz de mentir podrá enterarse de lo que se cuenta por ahí con la absoluta seguridad de que no son chismorreos…
Suena el teléfono móvil, Juan mira en la pantalla quién le llama,  tres tonos después contesta…
– Dime Pedro, qué ocurre…
– Nada, nada… Sólo te llamo para saber cómo te va…
– Ah, pues me va muy bien, gracias Pedro.
– Me alegro… Qué estás haciendo ahora?
– Hablar contigo por teléfono.
– Ya Juan, jaja… como eres… me refiero a si estás en el jardín o leyendo… ya sabes…
– Ah… Pues estoy en la cama
– ¿Solo?
– Sí, solo.
– Vaya, yo también estoy solo, qué te parece si vamos a tomar un café a la Ramalleira y charlamos cara a cara… jeje.
– No puedo, tengo visita…
– Pero no has dicho que estabas solo…
– Sí, en la cama… pero está otra persona en casa…
– Quién?
– Virginia, tu mujer.
– Mi mujer… pero… si salió a hacer unas compras.
– Pues no debió de ir, porque está aquí… en mi casa.
– Puedes pasarle el teléfono un momento…
– Ahora mismo es imposible, se está duchando.
– Cómo que duchándose… qué ocurrió para que tenga que ducharse ahora
– Hicimos el amor y dijo que se iba a duchar… lo cual me parece muy higiénico por su parte…
– ¡Cómo que hicimos el amor!  ¡Con quién hizo el amor!
– Conmigo, te lo acabo de decir.
– Juan… ¡Déjate de tonterías y dile a Virginia que se ponga inmediatamente!
– Te he dicho que no puede… que está en el baño.
– ¡Me cago en todo… !Voy ahora mismo para tu casa… ¡me cago en …!
Juan comprueba que perdió la señal y sigue en su cama sin inmutarse. En ese momento sale Virginia del baño.
– Uf, que bien me sentó la ducha…
– Me alegro Virginia
– Y ahora, si no te importa, me visto rápidamente y me voy para casa, Pedro está solo y me da pena…
– Ya lo sé, hace un momento me llamó y me lo dijo.
– Cómo… Cómo que te llamó Pedro…
-Sí, hace un rato… quería que fuese con él a tomar un café…
– Y tú qué le has dicho.
– Que no podía, no me pareció conveniente dejarte sola.
– Gracias, pero no le dirías nada más… que te conozco muy bien y sé que eres incapaz de mentir, aunque sea para salvarte de la pena de muerte.
– Es cierto, nunca miento, todo el mundo lo sabe.
– ¡Juuuaaan! No le habrás dicho que yo estaba aquí…
– Si, se lo dije porque me preguntó quién era la persona que estaba en mi casa.
– Pero no le dirías lo otro, ya me entiendes…
– No te entiendo ¿ Qué es lo otro?
– ¡JUUUUUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAN! ¿NO LE HABRÁS DICHO QUE HICIMOS EL AMOR?
– Ah, sí, se lo dije.
– ¡¡La madre que te parió!! Me marcho inmediatamente.
– Te acompaño hasta la puerta…
– ¡NI SE TE OCURRA! ¡ADIÓS! ¡IMBÉCIL!
– Como quieras… Adiós Virginia….

Con tristeza

Pensé y creía que en Galicia la gente ruin y miserable de la que se habla en ciertos libros, sobre todo de finales del siglo XIX y principios del XX era eso, historia. Pero, para mi asombro, veo que todavía quedan esos ramalazos de aldeano analfabeto e ignorante. Ignorante y desconfiado que cree que todo aquel que le beneficia de buena fe es porque es tonto. Pero cuando el tonto deja de aportar el beneficio que el ignorante considera suyo de por vida, no duda en utilizar la calumnia… si es que no tiene otra alternativa a ella, más contundente. Nunca te dirá en la cara lo que está maquinando mientras le quede un segundo para ordeñar su «vaca», en ese preciso momento y, evidentemente, sin testigos, te increpará por tu comportamiento durante el tiempo que estuviste dando leche… le salías más cara que no tenerte, los daños producidos en la cuadra nunca compensarán los ingresos obtenidos o, porque no, comías el forraje de su propia cuadra. Luego poco a poco, primero entre los suyos, irá divulgando las desgracias causadas por el «tonto» del que, gracias a Dios, ya se deshizo, porque si continúa un día más lo deja sin nada… Los suyos, incluso si no creen del todo la historia, pero dada su pertenencia al «clan» o «castro» irán relatando asombrados como la «vaca tonta» además de no dar leche… robaba.

He visto a La Santa Compaña

Por Fermín Goiriz Díaz

Sí, ayer de noche, cerca de A Ramalleira… Yo estaba en las inmediaciones de un poste del tendido eléctrico para ver si oía llegar la luz y así ser el primero en avisar a los vecinos de la buena nueva. En esto que veo, a lo lejos, una luz que avanzaba hacia mi despacio pero sin pausa. El acojonamiento fue total… ¿quién será? Me pregunté, mientras cruzaba mis piernas intentando evitar que ciertos líquidos se saliesen sin previa autorización… no hubo forma ¡me meé! Ya aliviado del aprieto, me dispuse a esconderme tras unos matorrales con la intención de ver y no ser visto. Tras más de veinte minutos en mi escondite, pude observar claramente a cinco hombres… Uno llevaba la Cruz, otro el Estandarte, otro un caldero (supongo que con el agua bendita), otro el farol acompañando al Viático y finalmente, otro con la campanilla, este último era cojo por lo que la campanilla no necesitaba ser movida por la mano del que la portaba para que sonara… Paralizado por el miedo, que no por el frío, aunque también, me vino el recuerdo de las historias de mi abuela sobre la Santa Compaña y… ¡Faltaba la Visión! (la visión es un cortejo fúnebre que muchas veces se suma a la Santa  Compaña). Podía ser el primer hombre de este siglo en ver a la Compaña y a la Visión la misma noche. Pero no, sólo iban los cinco indispensables para ser Compaña… En ese momento recordé que tenía la cámara… y me preparé  (venciendo todos mis miedos) para tirar unas fotos… Como no veía nada que no fuese el farol y su entorno, enfoqué hacia su luz  y disparé  con la cámara como un poseído… Al alejarse la comitiva, me atreví a abrir el visor para ver si había logrado alguna fotografía del acontecimiento. Cuál no sería mi sorpres al comprobar que todas las imágenes eran iguales las unas a las otras… ¡El anagrama de Unión Fenosa!… Todo había sido un sueño, o no?

La muerte que no llegó

Arturo tenía unos 20 años cuando trabajaba como criado en la casa conocida como «de la asturiana» en Covas (Ferrol). A cambio de su trabajo recibía pensión, manutención y, si había, algo de dinero. Parece que hablo de otro siglo y es verdad, era en el siglo XX , más concretamente en el año 1945. Eran tiempos duros, si es que alguna vez hubo tiempos fáciles, la Guerra Civil española hacía ya 6 años que había terminado… las penurias no. En ese año se inauguró el nuevo cementerio municipal de Catabois y, con tal motivo, el Ayuntamiento de Ferrol (no sé si para animar a la gente a elegir la nueva necrópolis como residencia eterna, o con otro fin que yo desconozco), donaba 2.000 pesetas (todo un pastón en aquellos tiempos) a la familia del primer fallecido que fuese enterrado en el citado camposanto. Al enterarse Arturo de tal oferta, no deseaba (y así lo transmitía a todo aquel que quisiera escucharlo) otra cosa que morirse y, claro está, ser el primero en recibir sepultura en Catabois. «Lo bien que le vendría el dinero a mi familia -decía- podría comprar vacas y alguna tierra…» Era su ilusión, morir… Y así sacar de la pobreza a su madre y hermanos (no tenía padre). El 12 de julio de 1945 se inauguró el cementerio y Arturo ingresó poco después como marinero de reemplazo en Ferrol.