El colchón

por Fermín Goiriz Díaz

Lo sabía todo o prácticamente todo sobre mi vida nocturna y como fiel compañero jamás contó a nadie las venturas y desventuras de las que él fue testigo. Pero hacía ya un tiempo que daba señales de decrepitud y de que ya no podía soportar con la dignidad necesaria su cometido. Los crujidos eran cada día más frecuentes hasta el punto de que la tercera en discordia comenzó a  plantear la necesidad de cambiar al fiel servidor por otro de nueva generación.

Por un lado entendía la postura de mi señora pero al mismo tiempo veía que la fama que había adquirido en el entorno de la vivienda se iba a ir al garete.  Hacía ya un par de meses que al cruzarme con la vecina de la planta de arriba y con la de al lado éstas me sonreían de una manera… digamos… especial, aunque a mí me parecía más lujuriosa que otra cosa. No entendía muy bien cuál podría ser la causa de semejante comportamiento, pero ahora, tras ganar, como siempre, la opción de mi santa esposa de cambiar el viejo colchón lo comprendí todo. Él era quien había logrado que mi decadente físico recobrara un prestigio amatorio que no se correspondía con la realidad.

Desde que el nuevo y tecnológicamente avanzado colchón tomó posesión, no sólo mi reputación para con las vecinas decayó estrepitosamente, sino que, para más inri, estoy día sí día también en la consulta del médico para ver si entre los dos encontramos una solución a mis variados dolores de espalda… mientras ella me dice: hacía años que no dormía tan bien…